Con un pie descalzo y el otro en zapato de tacón,
intentando continuar en línea recta ante tal desequilibrio,
y mantener la compostura sin fracturar ninguna pieza
de todas las que componen el puzzle de mi vida.
Vaciando el vaso cada mañana para estabilizar la balanza,
y no dejar que una ínfima gota lo colme hasta rebosar.
Tacón, punta…Tacón, punta…
Así se aprende a caminar.